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Por qué Putin y Xi no llegarán a los 150 años, y menos a base de trasplantes de órganos | Sociedad

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Si el ser humano es capaz de alargar la vida hasta los 150 años, Vladimir Putin y Xi Jinping muy probablemente no sobrevivirán para verlo. Los presidentes de Rusia y China coqueteaban con esta idea, incluso con su inmortalidad, durante los actos en Pekín por el 80º aniversario del final de la II Guerra Mundial. La tesis, que captó un micrófono abierto, se basaba en “trasplantar órganos constantemente” gracias a la biotecnología.Ni siquiera los más optimistas biotecnólogos apostarían por que dos señores de 72 años romperán con tanta holgura la barrera de la longevidad humana, que está por regla general entre los 110 y los 115 años y cuyo récord se sitúa en los 122, los que vivió la francesa Jeanne Louise Calment. “Aunque no está claro si hay un límite biológico en este punto, lo cierto es que jamás se ha superado, que con la ciencia actual no es posible llegar más allá”, afirma José Viña, catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia, y director de la primera cátedra de Gerociencia en Europa.La inmortalidad va contra la evolución. Como explican Manel Esteller, Salvador Macip y Noemí Sobregués Arias en el libro El secreto de la vida eterna, tendría poca utilidad a la hora de incrementar la capacidad de una especie para reproducirse y perpetuarse, que al fin y al cabo es lo que busca la selección natural. “Una especie que mantuviera el genoma intacto a lo largo de muchas generaciones estaría condenada a no evolucionar y acabaría extinguiéndose”, sentencian. El ser humano, sin embargo, lleva décadas desafiando a la evolución. Pero si alguna vez se consigue romper el límite de la longevidad, no parece que los tiros vayan por una especie de trasplante de órganos en cadena. Asimilar el organismo a un coche cuyo cambio de piezas pueda mantener su funcionamiento indefinidamente es una enorme simplificación. Las células de todo el cuerpo se van deteriorando con el tiempo, a medida que se reproducen, y van perdiendo funciones, haciéndose más débiles, más vulnerables a las enfermedades. Ni aunque se pudieran crear órganos con una genética idéntica a la del receptor que no le generasen rechazo alguno ―cosa que tampoco es posible hoy por hoy―, sería la receta de la inmortalidad. Se deterioran los músculos, los huesos y, sobre todo, el cerebro, cuyo reemplazo es inviable.“Ni siquiera en animales se ha conseguido aumentar significativamente la vida por medio de trasplantes. No tenemos esta evidencia en ciencia pública. Lo que sí hemos conseguido en modelos animales es alargar un 15% o un 20% la vida sustituyendo genes”, asegura Viña. Xi y Putin no son los únicos hombres poderosos que fantasean con la inmortalidad. Algunos de los gurús de Silicon Valley están invirtiendo miles de millones de dólares en investigar vías para lograr, si no la vida eterna, sí su prolongación mucho más allá de lo que es ahora biológicamente posible. Si en un futuro hay alguna revolución gracias a estas inversiones, quién sabe si el ser humano podría dar un salto espectacular en la longevidad. Pero, hoy por hoy, es ciencia ficción.Lo que es real es que la humanidad ha logrado prolongar la esperanza de vida de forma espectacular en poco más de un siglo. A principios del XX rondaba los 35 años, y hoy supera los 72 de media global. Esto no quiere decir que antiguamente la gente muriera a los 35 como norma general: la cifra está muy condicionada por la altísima mortalidad infantil de la época, que hoy es ínfima. Siempre ha habido ancianos, pero si hace unos siglos eran una rareza, reservada a quienes sorteaban sucesivas enfermedades mortales, en la sociedad moderna llegar a viejo es la norma. En los países más avanzados la esperanza de vida supera los 80 años —en España, roza los 84, una de las más altas del mundo—.Vida saludableSerían más realistas Xi y Putin si dedicaran sus esfuerzos a vivir de forma saludable los 10, 20, 30 años que pueden tener por delante. Su plan de longevidad seguramente no pasará por llegar a los 100 años (o a los 150) con serio deterioro cognitivo o en una completa dependencia, que es el estado en el que muchas personas se encuentran a edades avanzadas. Todos los años que la humanidad ha añadido a la esperanza de vida en las últimas décadas son años de mala salud, explican los autores de El secreto de la vida eterna. “Por ejemplo, un hombre nacido en 2014 vivirá tres años más con enfermedades crónicas que uno nacido en 2006”, aseguran. La investigación sobre longevidad más verosímil se centra precisamente en aumentar los años de vida sana, y avanza, simplificando mucho, por tres caminos principales: bajar la marcha del metabolismo celular (por ejemplo, con rapamicina o dietas moderadamente hipocalóricas), eliminar células viejas y dañadas que inflaman los tejidos y rejuvenecer de forma controlada las marcas epigenéticas de la edad con reprogramación celular. En animales, estas estrategias alargan vida y, sobre todo, vida saludable. Pero de los modelos animales a las personas hay un enorme salto.En humanos, aún no hay una píldora antiedad. Existen investigaciones prometedoras, como las de los análogos de rapamicina, que mejoran la respuesta a vacunas en mayores, o ensayos con senolíticos reducen la carga de células senescentes y mejoran la función en enfermedades ligadas a la edad. La reprogramación epigenética es esperanzadora, aunque todavía incipiente y con retos de seguridad.La forma más realista de conseguir alargar la vida sana no pasa por estos u otros fármacos capaces de estirar los años, sino por llevar un estilo de vida saludable: dieta mediterránea frugal, ejercicio y buen control de los factores de riesgo.


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