Una enfermedad ha tumbado en dos meses y medio a una roca que parecía indestructible. Jorge Martínez, alma y carácter animal del grupo Ilegales, ha muerto a los 70 años. En septiembre anunció que paraba su gira para “someterse a un tratamiento contra un cáncer”. Quedaban en el aire una veintena de conciertos entre septiembre, octubre, noviembre y diciembre. El grupo presentaba su espléndido disco de 2025, Joven y arrogante, y esperaba retomar la gira tras la mejoría de su líder. Pero el cáncer, de páncreas, era más agresivo de lo previsto. Llevaba dos semanas en el hospital, los últimos con grandes dolores. “No quiero vivir esta parte de mi vida”, decía ante el tormento físico. Sus amigos se turnaron para pasar la noche con él. Roberto Nicieza, exbatería de Australian Blonde, pasó la última, la de anoche. “Pensó en música hasta el final. La última vez que hablamos me dijo que había que editar una canción que tenía inconclusa. Y me contó un sueño que había tenido, casi pesadilla para él: un concierto suyo que había sonado mal”, cuenta destrozado por teléfono Nicieza. Más informaciónAlto, fornido, impetuoso, bocazas, provocador, salvaje, inadaptado social. Todo eso era al que la gente llamaba Jorge Ilegal. También fue un gran músico, un bicho raro en los ochenta, diestro con su guitarra en una época en la que se alardeaba de amateurismo. Por actitud, pocos tan punk como él; por la música, mucho más allá del punk. Sus canciones eran contundentes, secas, pero con un sonido cristalino, arrimado a la nueva ola y con un gusto por la melodía que las alejaba de la ruidosa tropa del punk. Tiempos nuevos, tiempos salvajes; Soy un macarra; ¡Hola, mamoncete! o Agotados de esperar el fin, todas de sus dos primeros discos, forman parada ineludible de los mejores temas del pop español de los ochenta.Últimamente Martínez hablaba con frecuencia de la muerte en las entrevistas. “Está bien platearse de vez en cuando que puedes morir. Yo me lo he planteado, sin miedo, porque soy un indigente en cuestión de miedo”, decía. En marzo de 2025 reflexionaba así en EL PAÍS al hilo del título del último disco de Ilegales: “Joven y arrogante [nombre del álbum] es una postura inherente al rock and roll. La arrogancia no se debería perder nunca. La juventud evidentemente se pierde por una cuestión vital, aunque a mí todavía me queda juventud, y también me queda arrogancia, por supuesto. Cada concierto de Ilegales es lo que debe ser un concierto de rock: un ejercicio de arrogancia. Yo estoy seguro de que lo que estoy ofertando es algo realmente bueno”. Efectivamente, sus conciertos (muy especialmente los últimos) eran de una solvencia sónica apabullante. Jorge Martínez nació en Avilés (Asturias) en 1955. Procede de una familia de estirpe noble “venida a menos”. “Nunca nos faltó de nada, eso sí”, informaba. Su padre trabajaba de secretario de Justicia Municipal. La radio se convirtió en uno de los mejores entretenimientos de su niñez. Odiaba la copla imperante de la época, pero el pequeño Jorge movía el dial hasta que surgían Elvis Presley, los Teen Tops, Lone Star y sobre todo Los Bravos. Así relató a este periódico el impacto que le causó descubrir Black is Black: “Esta es la canción con la que dije: ‘Quiero dedicarme a la música’. Tendría unos 12 años cuando la escuché. Me quedé impresionado. Ese órgano tan bien puesto, y esa voz tan potente que tenía Mike Kennedy. Yo estaba en un colegio de esos militarizados de la OJE, y los sábados por la noche nos ponían la tele, un programa de actuaciones. Pero no había el más mínimo interés por parte de nosotros en ver el programa. Todos nos íbamos a hacer otras cosas. Pero cuando salían Los Bravos había una expectación total”. Cuando Jorge empezó a crecer tuvo varios choques frontales con la figura paterna. Todavía con Franco vivo se sacó el carnet de músico, obligatorio en aquella época para actuar, y comenzó a tocar en orquestas. También inició la carrera de Derecho, pero no la terminó. Con 20 años dejó la casa familiar. Su primera banda seria, sobre 1977, se llamó Madson. También formaba parte de ella su hermano Juan. Tocaban rock and roll y en las letras ya despuntaba su estilo provocador. “No fumes marihuana ni esa mierda de hash, sabes que la heroína te coloca más”, decía uno de los temas. Madson no solo tocaban música: también eran aficionados a las incursiones delictivas, pequeños hurtos en farmacias y otras tiendas. Era la época de la reconversión industrial en Asturias: desempleo, pelotas de goma, peleas entre bandas, drogas. Cuando Madson se rompió, Jorge fundó Los Metálicos, que a los pocos meses pasó a denominarse Ilegales. Antes de ese nombre, Jorge propuso este otro que finalmente desecharon sus compañeros: Los Hijos de la Gran Puta. Así se las gastaba. Ya había comenzado la década de los ochenta. Era la época en la que Jorge vestía de mod e iba siempre por Gijón con un palo de hockey, que utilizaba sin miramientos en las frecuentes peleas en las que se metía. Jorge Martínez en un concierto de Ilegales en el festival Noches del Botánico, en junio de 2023.Foto: Ricardo Rubio (Europa Press) | Vídeo: María CarbonellUn actor inesperado se cruzó entonces en el camino del joven airado: el cantautor Víctor Manuel, también asturiano. Con las canciones del primer disco grabadas, ninguna discográfica se atrevía a editarlas. El cantautor Víctor Manuel, una estrella en aquella época, trabajaba para la Sociedad Fonográfica Asturiana. Le llegó la maqueta de Ilegales y tuvo claro que aquella bestialidad de sus paisanos merecía ser publicada. Intercedió con la potente CBS y el primer disco de Ilegales se publicó en 1982. Despachó 200.000 unidades, una cifra estratosférica para un debut. Son canciones rocosas, nueva ola expeditiva y coreable, gamberradas como ¡Heil Hitler! “Tiempos nuevos, tiempos salvajes. / Toma un arma, eso te salvará”, proclamaban en el tema que abría el álbum. Estéticamente también abrumaban: tres tipos liderados por un armario de casi 1,90 con evidentes problemas de alopecia, cantando bravuconadas y tocando la guitarra con el volumen al diez y con los ojos a punto de salirse del rostro. Ellos mismos definieron su estilo como “música peligrosa”. Eran diferentes: trituraban el festivo concepto pop del momento y resultaban demasiado dotados instrumentalmente para alinearse con el punk. Sacaban un amplio partido al minimalista batería/bajo/guitarra. Además, no había nadie con la arrolladora e intimidante personalidad de Jorge Martínez. Y venían de Asturias, donde la industria musical no hacía parada. Iban, en definitiva, por otro carril. En el documental sobre el grupo, Mi vida entre las hormigas (2017), el trío señala sin ambages: “La violencia en Ilegales era algo natural. Formaba parte del proyecto”. Eran frecuentes las broncas en los conciertos. Cualquier circunstancia podía producir una buena tangana. Si los punks escupían al escenario (algo habitual en la época), Jorge se lanzaba al público y se liaba a mamporros; si alguien ponía en duda su calidad musical en un garito, ahí asomaba el stick del cabecilla del grupo. Decía que era imposible ser honesto sin hacerse enemigos: “¿Le caemos mal a usted? Pues estoy encantado de que usted sea mi enemigo, porque es usted un cretino”, aullaba. El segundo disco, Agotados de esperar el fin (1984), acrecentó la fama del trío. Allí se incluía Soy un macarra, un tema en el que no confiaban y que incluyeron a última hora porque el disco se quedaba corto. A la postre, esa canción y esos versos (“soy un macarra, soy un hortera y voy a toda hostia por la carretera”) resultaron ser los más populares de su carrera. En estos primeros años Ilegales amasaron dinero y se lo gastaron según llegaba. La heroína consumió a alguno de los miembros y Jorge debió reformar el grupo en varios momentos, pasando en algunas ocasiones a quinteto. Jorge Martínez posaba en el Club ARGO de Madrid, en 2022.Álvaro GarcíaEn los noventa Jorge se convirtió en un recurso para ambientar las tertulias televisivas. Él se dejaba utilizar y los programadores babeaban cuando le veían decir barbaridades: la audiencia subía. Trascendieron casi más sus exabruptos en los medios que su música. Existe calidad en sus álbumes de los noventa, pero va perdiendo frescura por una tendencia a la autoindulgencia. A pesar de que muchas veces su excesivo personaje abrumaba a los interlocutores, los que le conocieron bien destacan un lado tierno que ocultaba cuando se transformaba en Jorge Ilegal. Además de sus estacadas sónicas podía componer canciones realmente delicadas, como Las rosas trepadoras asesinas, Hoy no hay sonrisas o Luminoso viento nocturno, esta última de este mismo 2025. En 2010 Ilegales anunció una gira de despedida. ¿Se iba a quedar parado este hombre inquieto? No: montó inmediatamente Jorge Ilegal y los Magníficos, un delicioso recorrido por los ritmos latinos de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Pero, como no podía ser de otra forma, Ilegales regresó por aclamación popular en unos últimos años de reivindicación y de buenos discos, como el citado Joven y arrogante. Coleccionista compulsivo de soldaditos de plomo (tenía una colección impresionante) decía disfrutar viviendo solo. Su refugio era una casa en un pueblo cerca de Oviedo. No tuvo hijos. Cuando se ponía nostálgico hablaba de aquella novia que cayó en la red de la heroína. “Pienso todos los días en ella”, añoraba. Los encuentros que tuvo con este periodista siempre resultaron revitalizadores. Jorge contagiaba entusiasmo. Disfrutaba escenificando cómo sonaba ese modelo de guitarra Fender que se había comprado (“suena… guauuuu”) y aunque con el tiempo atemperó su lado animal, siempre soltaba alguna burrada que hasta daba reparo publicar. Así se le quería a Jorge Ilegal. Vivió como clamó en uno de sus dichos: “Antes morir que perder la vida. El momento es ya”.
Muere el músico Jorge Martínez, alma indómita de Ilegales, a los 70 años | Cultura
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