
A Sarah Mardini le persigue un juicio desde hace siete años. Ella tiene 30. Le piden hasta 20 años de cárcel por su trabajo como socorrista en Lesbos. La vista arrancó el 4 de diciembre y está previsto que continúe los días 15 y 16 de enero. La acusan, junto a otros 23 trabajadores humanitarios, de favorecer la inmigración ilegal durante los rescates en el Egeo. La policía sostiene que los mensajes con posiciones marítimas que compartían por WhatsApp no solo servían para localizar embarcaciones en peligro, sino también para facilitar la entrada de refugiados en Europa. Los hechos se sitúan entre 2015 y 2018, cuando una operación policial acabó con Mardini y su compañero Seán Binder en prisión preventiva durante más de tres meses. “El encarcelamiento destrozó mi vida, me sumió en una espiral psicológica y sufrí un enorme choque cultural. No entendía cómo me podían encarcelar por ser socorrista”, dice Mardini con una calma inesperada. Desde entonces vive con una depresión que no ha superado del todo, aunque en los últimos meses ha mejorado de forma clara. Hasta que atendió a EL PAÍS en el Palacio de Justicia de Lesbos, llevaba años sin hablar con ningún medio de comunicación para evitar la exposición pública. En 2022 su historia inspiró la película Las Nadadoras, que se puede ver en Netflix, y se hizo conocida en medio mundo. La película cuenta el incidente que protagonizaron Sarah y su hermana Yusra en su periplo hasta Grecia. En 2015 dejaron Siria, en uno de los momentos más duros de la guerra. Como tantos de sus conciudadanos, viajaron a Turquía para, desde allí, alcanzar Europa en barca. Subieron junto a otras 16 personas a un bote diseñado para seis o siete. El sobrepeso hizo que la embarcación empezara a hundirse lejos de la costa. Las hermanas Mardini eran nadadoras de competición y tenían experiencia como socorristas. Saltaron al agua y remolcaron la lancha durante más de tres horas, hasta que todos desembarcaron sanos y salvos en Lesbos. Su hermana continuó el viaje hasta Alemania y compitió en los 100 metros libres y los 100 metros mariposa de los Juegos Olímpicos de Río 2016, como miembro del Equipo Olímpico de Atletas Refugiados. Sarah, en cambio, se quedó en Lesbos para realizar rescates en el mar. No le gusta que se describa ese trabajo como “salvar vidas”. “Cada persona refugiada se salva a sí misma al emigrar”, explica. Yusra Mardini, durante los Juegos Olímpicos de Tokio, en 2020.MARKO DJURICA (Reuters)Comenzó a trabajar en la organización humanitaria Emergency Response Centre International (ERCI), en labores de socorrista. A raíz de su trabajo en ERCI, además del delito de favorecimiento de la inmigración irregular, el fiscal la acusa de formar parte de una organización criminal, de blanqueo de capitales y otros delitos vinculados a la inmigración. Llegaron a acusarla de espionaje, pero en 2023 se retiró dicho cargo, así como los delitos menos graves de la causa. Sarah cree que su película ayudó a romper estereotipos y mucha gente se sintió reflejada en la misma. “Nunca se hacen películas sobre chicas árabes si no son historias de amor y sufrimiento”, lamenta. También le es útil para evitar dar explicaciones recurrentes, como les pasa a casi todos los refugiados. “Me molesta tener que explicar siempre lo mismo porque siempre nos hacen las mismas preguntas. Ahora, a quien pregunte, le puedo decir simplemente que mire la peli”, razona. Una de sus mayores preocupaciones es la creciente criminalización de los migrantes. En prisión conoció numerosos casos de refugiados que, sin formar parte de ninguna red de contrabando, fueron condenados a penas que rondan los 100 años de cárcel por pilotar las barcas hasta Grecia, en procesos judiciales que no suscitan la atención del suyo. “Muchas de estas personas no hablan inglés, no conocen sus derechos y apenas entienden por qué están presos. Es triste y absurdo”, denuncia. “Ojalá nadie pasara por esto”, dice con resignación para recordar que las islas griegas siempre fueron un lugar de paso entre Oriente y Occidente, en ambos sentidos, para quienes necesitaban encontrar seguridad en otras tierras. Un migrante lleva a su bebé en brazos después de cruzar el mar Egeo desde Turquía, el 24 de octubre de 2015.Aris Messinis (AFP)A pesar de todo lo vivido en estos siete años a la espera de juicio, asegura que lo volvería a hacer. Volvería a lanzarse al agua para remolcar su propia barca y rescataría a pasajeros de otras. Ni se arrepiente, ni quiere que se le reconozca como una heroína. “Somos solo gente normal. Lo que vivimos nosotras le podría pasar a cualquiera”, asegura con total humildad. Y concluye: “Lo importante es que haya maneras legales de emigrar para que nadie lo tenga que hacer”. Tras las dos primeras vistas, en las que los abogados de la defensa consideran que ningún testigo del fiscal pudo demostrar sus tesis, Mardini confía en que el juicio acabe con la absolución de todos los acusados. Vive en Berlín, donde siente que está “renaciendo”: volvió a la universidad y a entrenar como nadadora para dejar pronto todo este sufrimiento atrás.
Sarah Mardini, la socorrista juzgada en Grecia por rescatar a refugiadas como ella | Internacional
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